PASTAS DE AVELLANA
Desde que tengo memoria, me he pasado la vida empezando dietas que nunca acabo o hablando de reducir calorías, preocupaciones en las que me acompaña más de la mitad de la población, según he podido comprobar. Ello no es obstáculo para que, una y otra vez, me esfuerce en probar mi capacidad para la repostería y adopte cuanta receta de tarta, pastel, galleta o chuchería caiga en mis manos. Si en el post anterior os hablaba del té de las tardes y de la bonita bandejita de servir, es justo completar ahora el escenario poniendo ya la merienda de una vez.
Así pues, vamos a hacer unas deliciosas, rapidísimas, fáciles y aparentes pastas de mantequilla y avellanas, que acompañarán estupendamente el té de las cinco, el café de las seis, el espirituoso de la sobremesa y el desayuno, si llega el caso.
Mientras mirais las fotos y os haceis una idea de lo ricas que están, precalentamos el horno a 150º y aprovechamos para tostar un poco unos 150 g. de avellanas.
En un bol grande batimos con las varillas 250 g. de mantequilla muy blanda con 100 g. de azúcar, una pizca de vainilla y un cuarto de cucharadita de sal muy fina, hasta que quede espumoso.
Aparte picamos muy finas las avellanas, mezclamos con 350 g. de harina y lo añadimos a la crema de mantequilla batida. Mezclamos bien y terminamos amasando un poco con las manos.
Colocamos la masa en un molde rectangular (el que habíamos comprado para hacer los brownies) y la extendemos hasta que quede en una capa uniforme. Pinchamos la superficie con un tenedor y horneamos a 150º hasta que adquiera un ligero color dorado.
Al salir del horno espolvoreamos azúcar por encima y antes de que se enfríe cortamos en barritas rectangulares del tamaño que deseemos (yo hago 4 filas por 6 columnas) y esperamos que enfríe un poco antes de sacarlas del molde. Una advertencia: el corte no debe hacerse arrastrando el cuchillo, como hacemos normalmente, sino penetrando con él hacia abajo y desplazándolo suavemente para evitar desmigar los bordes de las pastas.
Aunque en caliente están tan blandas que se desmoronan fácilmente, en cuanto enfrían adquieren una consistencia más firme, ligeramente crujiente pero suave al paladar y con mucho peligro para nuestras pretensiones de mantener a raya a los michelines.
Otra de las cualidades importantes de estas deliciosas galletas es su facilidad de conservación manteniendo intactas sus propiedades. Guardadas en una lata o bote cerrado pueden conservarse semanas y siguen estando buenísimas.
Por la esquinita superior derecha de la foto podeis adivinar los deditos de un personaje misterioso que anda mucho por ciertos blogs últimamente; se trata del "boy" contratado por Didi para animar a sus chicas, que es fan de mis galletitas, con las que lo mantengo en forma durante sus vacaciones para que vuelva renovado cuando comience la nueva temporada de visitas. Una razón más para animarse a probar esta facilísima receta que siempre sale bien y que os hará quedar como unas reinas.
Que las disfruteis.