Hoy el día se presentó especialmente frío, lluvioso y desapacible para esta época del año y además acabaron las vacaciones de primavera y con ellas los días de disfrutar de la familia, especialmente de Violeta que por sí sola llena de actividad y alegría todas las horas. Así que en cuanto se fueron (prontito, para evitar los atascos), me dediqué a limpiar un poco, recuperar el orden natural y salvar el lógico "horror vacui" haciendo galletas que, por otra parte, son una manera estupenda de entretener la tarde de aburrimiento que nos quedó, comiéndolas, claro.
No sé muy bien por qué razón no había puesto en el blog esta receta hasta ahora, siendo una de las que más hago, porque gustan a todo el mundo y no pueden ser más fáciles de hacer. Quizá haya sido por una especie de pudor ante el hecho de publicar una receta tan humilde que se presupone todo el mundo conoce e incluso conoce otra mejor.
No obstante, esta era una receta de mi madre, de mi abuela, de mis tías, de mi pueblo. Seguro que es la receta de todos los pueblos en que la ganadería era actividad económica fundamental y, en consecuencia, la leche un alimento primordial. Si tenías vacas, tenías leche y si tenías abundancia o exceso de leche, tenías también mantequilla y nata y leche cuajada y queso y postres lácteos, claro está y las mujeres de esos pueblos se fueron haciendo expertas en aprovechar en miles de platos deliciosos esos productos que tenían a mano. Qué decir del mítico arroz con leche, las natillas, la leche frita, las múltiples versiones de bizcochos y magdalenas, las quesadas, los sobaos y las docenas de versiones de galletas, hechas con mantequilla o con nata o con ambas.
Esta es una de esas, tan simple, tan humilde, tan sencilla de contar y de hacer que parece imposible que pueda estar tan rica y que dé lugar a una galleta que no te cansa nunca, así que hoy os la voy a contar y quizá le sirva a alguien que decida dedicar un ratito a la cocina.
GALLETAS DE NATA:
El único instrumento de medida es una taza o un vaso; ¿de qué tamaño?, el que cada uno quiera: si pones una taza grande tendrás más galletas, si pones una pequeña tendrás menos galletas. Así de simple.
Los ingredientes son muy pocos y creo que asequibles a cualquiera:
Nata líquida (crema de leche, mínimo 35% MG) ( 1 taza)
mantequilla (1/2 taza)
aceite de oliva (1/2 taza)(para esta receta uso aceite refinado, que sabe más suave)
azúcar (1/2 taza)
harina (la que se necesite, según medida de la taza usada)
Una pizca de sal
- Vamos a tener en cuenta que si la nata es esa nata "de verdad", es decir, la nata que se obtiene después de hervir la leche natural de vaca y dejarla enfriar, esa capa flotante e increíble de grosor y consistencia ya olvidado, las galletas serán, simplemente, sublimes. Pero la mayoría de nosotros tendremos que conformarnos con una imitación pobre, que es la nata líquida que se vende en las tiendas y con esa las galletas serán únicamente muy buenas - .
Precalentar horno a 150º C
Poner en un recipiente la nata, el aceite y mantequilla (casi fundida), el azúcar y la sal y mezclar bien con una varilla o tenedor.
Añadir la harina e ir mezclando con una espátula hasta que cueste moverla; en ese momento pasamos a enharinar las manos y a amasar suavemente para acabar de mezclar la masa. No es necesario un amasado intenso, solo lo justo para incorporar bien la harina, que iremos añadiendo hasta obtener una masa consistente, que se despegue perfectamente de las manos y de los utensilios. La cantidad de harina será algo que con la experiencia se va ajustando, teniendo en cuenta que, en contra de lo que parece, si la masa está muy floja las galletas estarán más duras y, al contrario, una masa un poco más densa hará unas galletas más suaves al morder.
Extender la masa a 1 cm de grosor y cortar con el molde que tengamos a mano, o formar bolitas y aplastar. Un truco para conseguir una plancha de espesor perfecto es apoyar el rodillo sobre dos listoncillos de madera del grosor deseado colocados a los lados de la masa; así, siempre conseguiremos el grosor exacto y perfecto.
En este caso, he cortado los discos con un molde de onditas de Ikea y luego los he estampado con un sello de silicona comprado en CASA
Poner en la bandeja de horno previamente untada con mantequilla y hornear a 150º hasta que adquieran un ligero tono dorado a gusto de cada uno ( a mí me gustan bastante blanquitas). No es necesario separarlas demasiado porque al no llevar levadura apenas crecen y no suelen pegarse.
El horneado a baja temperatura consigue que la harina quede bien cocida sin que se quemen las galletas; si se hornean más fuerte, se arrebatan enseguida y la harina se quema sin cocerse bien.
Dejar enfriar al aire y esperar a que estén frías para probarlas. Hacedme caso, no seais impacientes, saben mejor cuando están frías, incluso saben mejor al día siguiente, cuando han reposado o al tercer día, si es que llegan a él.
Como las vais a hacer muchas, pero muchas veces, es aconsejable que os compreis una lata guapa, guapa o un tarro de cristal de esos preciosos que se venden por ahí (en CASA los he visto ideales), para guardarlas y que duren muchos días ;-)))))) y para disfrutar de la cara que se le queda a la gente cuando abrís el tesoro. Lo del bote de cristal es divino pero tiene el inconveniente de que se ven y entonces va a ser difícil esconderlas, con lo cual nos las van a terminar enseguida. Yo confieso que las escondo, porque la gente pierde la vergüenza cuando le pones la lata delante y te la dejan limpia antes de que termines el café y ya no os digo nada si encima teneis niños, ¡uffff!, en ese caso es mejor que la lata sea grande y la taza de medida también.
En cuanto terminé de hacerlas esta mañana, aprovechando que hacía mucho frío, las saqué al exterior para acelerar el proceso de enfriado, con lo cual, en menos de media hora estaba de esta guisa, tomándome un café y quitándome las penas por el conocido procedimiento de rellenar el michelín de la cintura.
Estaban tan buenas que pensé en esconderlas, porque tenía invitados para el café de la tarde y son de los que les gustan los dulces. Pero me arrepentí a tiempo de mis malvadas intenciones y puse la caja grande, llena de galletas, sobre la mesa (la caja que veis en las imágenes es la pequeña).
Solo eran dos invitados pero mis peores presagios se han cumplido: la caja quedó vacía. Así que pronto tendré que hacer más.
Espero que os gusten si las hacéis. Feliz semana