FUNDA PARA LÁPICES
Hace unos días se impuso la tarea de ordenar y limpiar a fondo el cuarto de las labores, porque el uso intensivo que recibe acaba provocando un caos que termina por hacerme muy incómodo trabajar allí. Así que me tomé un par de días de reorganizar, clasificar, ordenar y recuperar la inmensa colección de objetos y materiales que aumentan de día en día exponencialmente y que desbordan mis previsiones y mi capacidad de ordenar.
Al intentar colocar en un lugar más cómodo los cuadernos y útiles de escritura que uso continuamente para tomar apuntes, diseñar modelos, dibujar croquis y patrones, etc., eché en falta un lápiz precioso de la serie Graf von Faber Castel, con capuchón apuralápiz de plata, una verdadera gozada que he usado muchísimo y que de pronto comprendí que hace bastante que no lo veo, así que se me dispararon las alarmas y a partir de ese momento he puesto la casa patas arriba sin encontrarlo, con el consiguiente disgusto porque, además de ser uno de mis preferidos, había sido un regalo muy querido que llevaba conmigo un montón de años y de hecho lo llevaba a clase, se lo prestaba a mis alumnos, lo usaba continuamente y nunca se había perdido. Quizá esté en casa, pero ya no sé dónde buscar.
Como recurso para aliviar el disgusto, pasé al plan B, que consistió en sacar a la luz los objetos Montblanc que hacía tiempo no usaba, ya que algunos estaban rotos y su reparación había sido rechazada por la propia marca. Al tratarse de piezas de gran valor y que también tengo en gran estima, no había querido deshacerme de ellas a pesar de estar inservibles y, como a peor no podían ir, decidí atreverme a intentar repararlos yo misma, para poder al menos usarlos en casa, compensándome un poco del extravío de mi lápiz favorito.
Aprovechando una mañana de sol me instalé en la mesa del porche y con la ayuda de unas pinzas, mi navajita suiza multiusos y un tubo de pegamento instantáneo de esos que si te caen en el dedo te tienen que amputar la mano, me dispuse pacientemente a intentar el milagro. El roller tenía el capuchón roto en varios trozos, después de haberse caído al suelo y haber sido pisado por accidente. Pese a su dramático aspecto, pude armarlo porque no faltaba ningún fragmento y con un poco de pulso y del pegamento mágico, recuperó milagrosamente su integridad y aunque se le notan las cicatrices, está listo para su uso.
La pluma estilográfica se había partido limpiamente justo por el cuello roscado que une la cabeza con el cuerpo y esa es una avería más complicada, ya que además de que la rotura tiene una superficie de contacto muy pequeña y eso dificulta la unión de las partes, el uso de la pluma exige roscar y desenroscar muchas veces y el movimiento de torsión que provoca la rosca también actúa en contra del agarre del pegamento. Pero, en fin, después de mucho pulso y muchos sudores conseguí pegarla y por el momento funciona; cruzo los dedos para que dure.
Decidida a usarlos nuevamente mientras aguanten los arreglos, comprendí que era necesario protegerlos un poco para evitar que sufran golpes, rozaduras, caídas y demás agresiones y por eso está tarde en un rato que estaba bastante vaga cogí unos trocitos de tela sobrantes de un quilt que acabé hace poco y me he fabricado esta funda sencilla, un poquito acolchada para amortiguar y dividida en tres departamentos, que así no podrán rayarse unos contra otros.
En fin, ya veis que es una pequeña labor en sí misma, apenas una hora de trabajo con calma, pero me lo he pasado bien haciéndola y ahora mis preciosos bolis descansan a salvo de más accidentes
Ahora estoy como los niños cuando les compran el equipamiento escolar nuevo y llevo un rato enredando, probando escritura, haciendo caligrafía y deseando que se me ocurra algo interesante que escribir o que dibujar para poder usar mis tesoros recuperados. Ojalá que mi cuaderno se llene de ideas maravillosas pero no es muy probable, no creáis que las musas trabajan mucho en mi casa, jjjjjjjjj.
De todos modos me queda el rato divertido que he pasado intentándolo.