No creáis que me he vuelto vaga o que he abandonado de pronto todas mis aficiones, ni tampoco que me he puesto enferma, cuando veáis pasar los días sin que mi última pequeña obra sea sustituída por un nuevo post en el blog. Es solo que me voy de viaje, mi último (espero) viaje de estudios con los chicos y chicas de Bachillerato, una intensa semana de mucho caminar, poco dormir, algo de reñir y mucho de reir, para despedir a estas personas que ya, después de tantos años, son más amigas y amigos que alumnos.
Mientras tanto, os dejo en compañía de mis flores, las que ya empiezan a romper la monotonía del jardín de invierno y que después de esta excepcional semana de calor veraniego estallan en colores y en aromas por todas partes.
Muy especialmente el jazmín, el regalo de Sayín que tanto quiero y que antes de cumplir su primer año en la casa, ya se está haciendoel dueño de toda una pared.
Ahora, especialmente al anochecer, todo el aire del jardín se llena de ese intenso e inconfundible aroma que nos transporta a lugares exóticos y además, es un espectáculo verlo.
Es tan bonita la flor cerrada como abierta
trepando pared arriba hasta el techo
Enredándose con los pensamientos y las fresias
Así lo encuentro cuando llego de trabajar y entro por esta acera donde está plantado
Un deleite para todos los sentidos
También los capullos de Jubilee siguen creciendo (y los pulgones también)
Cuando vuelva ya no los conoceré de tanto como habrán crecido, igual que los niños pequeños
No me olvidéis, vuelvo pronto. ¡Ciaoooooooo!