De vez en cuando, recurrimos a los sabores intensos y alegres de la comida italiana con platos de preparación rápida y resultado espectacular con la única condición de usar unos pocos productos de buena calidad. Y claro, si hay comida italiana (como en este fin de semana), casi seguro hay tiramisú, un postre fresco y delicado del que circulan al menos tantas recetas como del arroz con leche.
Yo uso una que llegó a mi casa dando un largo rodeo ya que un italiano la llevó a Alemania, donde se la enseñó a mi hija y ella después me la dio a mí. En los más de diez años que llevo usando esta receta, le he dado algunos pequeños cambios con desigual acierto hasta llegar a encontrar un punto que, sin saber si es más o menos ortodoxo, nos gusta más a todos.
Como todos los platos aparentemente muy sencillos de preparar, admite pocas trampas, porque ninguna manipulación puede ocultar un error de proporciones o de proceso; por tanto, ya que vais a tardar muy poquito en hacerlo, os recomiendo que lo hagais con mucho mimo y, sobre todo, que os planifiqueis, porque el Tiramisú requiere reposo, 4 o 5 horas mínimo aunque lo ideal es hacerlo con un día o dos de antelación porque el secreto de su buen acabado consiste en que todos los ingredientes se traben perfectamente y que el bizcocho alcance la textura perfecta.
Empezamos por disponer los ingredientes que veis en la foto: 500 g. de queso Mascarpone, bizcochos de soletilla o secos o plancha de bizcocho (estos son de Fontaneda y no van mal aunque no sean los ideales), 3 huevos, unos 750 ml. de buen café solo, fuerte e intenso, media copita de Amaretto (permutable por Ron moreno o Marsala), 150 g. de azúcar (la cantidad de azúcar es de lo más variable, cada uno debe encontrar su medida), cacao en polvo de buena calidad y chocolate para rallar.
Empezamos por hacer el café y lo ponemos a enfriar, añadiéndole el licor elegido y 4 o 5 cucharadas de azúcar.
Mientras tanto, separamos claras y yemas y ponemos el Mascarpone en un cuenco. Montamos las claras a punto de nieve fuerte y reservamos; en un cazo a fuego muy suave ponemos las yemas con el resto del azúcar y batimos hasta conseguir un sabayón espumoso y firme. Lo dejamos enfriar un poquito y después mezclamos con el queso revolviendo suavemente para que no se licúe. Luego añadimos las claras y terminamos de mezclar con cuidado.
En un molde cuadrado o rectangular que tenga al menos 6 cm de alto, cubrimos el fondo con los bizcochos que habremos remojado en el café, apretándolos para que no queden huecos. No es necesario mojarlos en exceso, porque ellos chupan más líquido del que parece a simple vista.
Cubrimos los bizcochos con la mitad de la crema de Mascarpone y espolvoreamos con cacao en polvo.
Una nueva capa de bizcochos que volveremos a cubrir con el resto de la crema terminan el montaje que ya veis que es muy sencillo.
Solo nos queda espolvorear con el cacao y luego rallar chocolate por encima hasta cubrir con una capa que dependerá de lo que os guste el chocolate, aunque no necesita mucho. Esta fase puede acabarse o retocarse en el momento de ir a servirlo porque en el tiempo que esté reposando en el frigorífico se humedece y queda un poquito ajado.
Esta vez lo he servido con una roca de almendra y chocolate negro y una hojita de menta para adornar, pero los adornos duran poco porque está delicioso.
Solo me queda haceros una recomendación: servir bien frío y ¡OJO!, cuando lo hagáis en verano tened la precaución de mantenerlo bien refrigerado y no conservarlo más de dos días porque no debemos olvidar que lleva huevo crudo.
Espero que lo disfruteis.