SECRETOS SUMERGIDOS
De vez en cuando rescato uno de mis libros favoritos y se lo recomiendo al "artista" que, en eso, me hace siempre caso y devora sin cuestionarlo lo que le recomiendo.
Hace unos meses le sugerí "La invención de Morel" de Adolfo Bioy Casares y rápidamente se dejó arrastrar por la atmósfera enrarecida y especial, surrealista y asfixiante de la novela de modo que, en cuanto la cerró, yo noté que había quedado tocado por la extraña magia de esa historia única.
A los pocos días empezó a preparar tablas y enseguida las aguadas azules y verdes, transparentes a veces, turbias otras, ocuparon los pocos espacios libres de la casa y el garaje (pasa siempre así, el concepto de orden nos es ajeno)
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Durante meses pintó de una manera febril, poseído por misteriosos fantasmas de las profundidades, desconocidos seres viscosos y fríos habitantes de aguas estancadas.
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Todo ese proceso dio lugar a una reciente exposición que titulamos "Secretos sumergidos" y de la que forman parte estas tablas y acuarelas que os muestro, entre otras muchas, porque el tema le provocó tal hemorragia de ideas que hubo que mandarle parar.
Desde luego, mis fotos nunca están a la altura de sus pinturas porque, entre otras cosas, no tengo una gota de paciencia para buscar las luces adecuadas y tampoco el autor les da la más mínima importancia a estas cuestiones.
Un fragmento de la novela (que os recomiendo, claro, aunque no vayais a pintar), para que los que no la hayáis leído os hagáis una idea del tema:
"...Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No puede volver al museo a buscar las cosas, huí por las barracas, estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. creo que esa gente no vino a buscarme, tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana. Escribo esto para dejar testimonio del adverso milagro.
(...)
No es la primera vez que algo así nos pasa y, claro, como se vende poco, procuro controlar los impulsos creadores ante el riesgo de quedar sepultados por sus excesos creativos y mis excesos acumulativos.
Al menos, queda poco sitio para el aburrimiento.