Nuestras compras en general son producto de dos tipos de impulso: o bien obedecen a una planificación previa, con criterios establecidos por la necesidad, la utilidad, la estética, el precio, etc., o bien son producto de la casualidad o del capricho instantáneo, en cuyo caso son hallazgos inesperados que muchas veces ni siquiera tienen una utilidad inmediata y aún así nos los llevamos a casa mientras vamos por el camino pensando una justificación que nos haga más llevadero el pequeño remordimiento.
La caja que os enseño es uno de esos hallazgos casuales, aparecida mientras yo buscaba en realidad una cesta para terminar el SAL de Didi "La Casina Roja" que, por cierto, no encontré. Estaba yo revolviendo en la tienda "Casa" (que es un deporte que me gusta mucho) y de pronto la vi, me gustó, le miré el precio, me gustó más (9.90), le di unas vueltas del derecho y del revés y a primera vista ni siquiera me di cuenta de que estaba pensada para contener cubiertos porque en ese momento yo tenía que pensar a marchas forzadas un uso apropiado para ella. Desde luego, no se me ocurrió nada, pero eso nunca fue obstáculo para que yo me encapriche de una caja, todo el mundo sabe que son una de mis debilidades, así que la compré y por el camino vine pensando qué c... hacer con una caja de madera.
Cuando llegamos a casa (la caja y yo), ya había decidido que estaba hecha para guardar mis hilos de seda, que andan un poco maltratados en un cajón cualquiera. Pero claro, su madera cutrecilla estaba demasiado áspera para contener algo tan delicado, así que tuve que ponerme a lijar como una loca.
Cuando estuvo bien fina por todos sus rincones, una mano "a lo gocho" de una pintura blanca que me hace de tapaporos. Y luego, una vez bien seca, un segundo lijado hasta dejarla finísima.
Cera de abejas con betún de judea para manchar el blanco excesivo y un acabado con polvos de talco que siempre deja un tacto maravilloso y además perfuma.
Una lámina botánica de imitación antigua para tapar el cristal (aunque no estaría mal viéndose los hilos) rematada por dentro con una cinta adhesiva removible estampada con motivos románticos.
Acomodar los hilos ya fue coser y cantar, aunque no es seguro que vayan a quedar ahí para siempre. Conociéndome, lo más seguro es que otro impulso inesperado me haga cambiar la utilidad del nuevo trasto innecesario.
Desde luego, los hilos de seda caben y quedan un poco más organizados, al menos hasta que compre muchos más, en cuyo caso habrá que ampliar el improvisado armarito pero eso, ¿qué importa ahora?
¿Y lo entretenida que yo estuve unas cuantas horas, sin ni siquiera hablar, ni hacer ruido, ni reñir, ni hacer la cena, ni meterme con nadie? Eso bien vale la inversión.
Ahora que lo pienso, tengo que cambiarle el tirador, este no me gusta mucho.
Aunque a simple vista en las fotos parece que tiene una pinta asquerosa, en realidad está monísima y da gusto sentarse en el suelo y colocar una y otra vez los hilos en las múltiples combinaciones posibles, que son dos o tres, etiquetas para arriba, etiquetas para abajo,...los azules por aquí, los verdes por allá y así sucesivamente.
Bueno, hablando en serio, igual la idea le sirve a alguien para algo útil y entonces eso justifica la compra y el pestiño de post que estoy colocando. Y luego está la última utilidad, que es que alguien se haya reído un poco que, al precio que trae la crisis, tampoco está de más ¿me explico?