MOTOSIERRA
La mía con la motosierra fue una historia bastante complicada: al poco de vivir en esta casa, mi madre y mi hermano decidieron que necesitaba una y me la endosaron, envuelta para regalo, en unos reyes magos. Cuando abrí la caja me quedé sin aliento y por primera vez en mi vida no pude decir nada porque todo lo que se me venía a la mente tenía que ver con escenas de terror y era incapaz siquiera de tocarla.
Tardé sólo unas horas (el primer día laborable después de Reyes) en ir corriendo a devolverla y me traje en su lugar una podadora de setos de mástil largo, que también es una máquina con mucho encanto, para qué nos vamos a engañar pero que me hacía mucha falta porque tengo alrededor más de 200 metros de seto.
Así que durante un montón de años me las arreglé para no necesitar la motosierra, haciendo el animal con sierras, hachas y otros sustitutos menos ruidosos y mucho menos eficaces pero que no me inspiraban tanto miedo.
Pero un buen día, no hace mucho tiempo, un nuevo vecino vino a instalarse aquí al lado. Una de esas personas que sueñan con vivir en el campo porque creen que el campo es una superficie de hormigón cubierta de losetas verdes de Porcelanosa y que los árboles son unas maquetas de gomaespuma que ni crecen ni sueltan hojas. Fue llegar y empezar a quejarse: el seto lo quiero más bajo, la hierba me la quitas de ahí, esos árboles son demasiado altos,...
Y eso coincidiendo en el tiempo con que mi jardín, en efecto, había crecido bastante más allá de lo que yo había previsto en principio y empezaba a necesitar algo más que serrucho. Así que, desechando la poesía macabra que el cine asocia a la temida máquina, tuve que comprar la motosierra y, lo que es peor, arrancarla y hacerla funcionar.
Como de todo se cura una con el tiempo, ahora nos hemos tomado bastante cariño (la máquina y yo, no el vecino), hasta tal punto que el señor que me la vendió, cada vez que me ve, me suplica que tenga cuidado con ella, no sé lo que verá en mí.
En estos días la traigo todo el día en la mano, porque he decidido que ya es hora de cambiar el jardín y la emprendí con una serie de árboles y arbustos que estorban a mis propósitos. Ahí está la higuera caída, mira que le tenía ganas, aunque ahora no sé qué van a comer los estorninos. ¿Veis el escalón del seto? pues la parte más baja corresponde al lindero de mi vecino, es la altura máxima que puedo mantener para no discutir.
Veremos en qué acaba todo.