LOS HECHOS IMPREVISTOS
No puedo evitar reirme sola pensando en esa incurable costumbre que tenemos la mayor parte de los humanos habitantes del mundo civilizado y que consiste en "prepararse para..", aunque después la vida nos envía los hechos imprevistos para que se hagan cargo de echar por tierra nuestras previsiones y terminamos haciendo lo que el azar o nuestra incapacidad de planificar nos permite. Pienso que en realidad se trata de intentos vanos de domesticar el tiempo y de sentirnos dueños de él, pese a que en la práctica solo conseguimos evitar vivir el presente que no nos gusta demasiado y fijar la mirada en un futuro más o menos lejano en el que, supuestamente, conseguiremos un mayor grado de satisfacción.
Pensad si no, lo que hacemos: el viernes nos preparamos para el sábado, el lunes para la semana que empieza, el curso entero preparamos las vacaciones, en el otoño nos preparamos para el invierno y......al fin, siempre estamos preparando algo para un día que ni siquiera sabemos si va a llegar, al menos en las condiciones en que lo esperamos.
Es lo que yo hago, al menos y me río sobre todo de mí misma, porque para mí la planificación ya no debería contar puesto que el calendario me pertenece de tal manera que incluso puedo arrancarle las hojas y hacer con ellas pajaritas de papel. Pero aún así insisto en hacer planes y en vivir después lo que toque, ¡qué remedio!
Este fin de semana era especial para mí, siempre lo es desde que cambiamos la hora y entramos en esa especie de túnel oscuro que es el horario de invierno (hasta el nombre da frío) que dura meses eternos y que a mí me hace pensar que los días tienen menos horas disponibles. Y es de verdad una frontera importante en mis rutinas actuales, porque marca el fin de mi vida permanente en el exterior y el principio del encierro otoñal-invernal. Por ejemplo, ayer fue el último día en que desayuné en la terraza y el primero en que merendé dentro de casa, desde hace muchos meses ¿Y por qué? -podeis preguntar- ¿si aún hace buen tiempo?
Pues sencillo: aunque haga bueno, el desayuno es a la misma hora, pero esa hora es, por más temprana, mucho más fría que la de anteayer y no apetece estar fuera tiritando. Y la merienda es en torno a las 7 y ahora ya es de noche, no apetece tomar el té en la oscuridad.
Por eso me pasé la semana planificando cómo celebrar y disfrutar esos últimos días del jardín y esperando que hiciera buen tiempo, algo que nunca es tan seguro en esta tierra.
Así que ayer, sábado, amaneció ese espectacular día de otoño que veis en la imagen y la alegría me puso alas en los pies. Desvelada a las 6 de la mañana, aproveché hasta que amaneció para tejer en un abriguito que Violeta estrenará muy pronto y para elegir las labores que iba a sacar conmigo al jardín, pensando dedicarme a mis hobbies todo el día. A las 8 ya estaba preparando la comida de mediodía para no tener ningún obstáculo en mis planes. Aquí ya algo empezó a torcerse, por una mala decisión en la elección del menú y enseguida me vi haciendo la comida del día y la del siguiente, lo cual añadía un poco más de tiempo al plan de trabajo: dieron las 12 enredada en cazuelas y batidoras, al traste la mitad de los planes.
Eso sí, optimista que es una, mi rinconcito de trabajo esperaba paciente y perfectamente organizado desde primera hora de la mañana, porque cuando hago planes de este tipo, preparo el atrezzo para instalarme rodeada de todo lo necesario y así no tener que mover el culo de la silla en muchas horas.
Pero ya os iba yo conduciendo y no de manera inocente, hacia esa constatación de que la vida la rigen los hechos imprevistos, porque si algo de mis planes tenía que torcerse en un plazo de tiempo tan corto, lo hizo.
Para empezar, el bordado debería haber estado recogido en su bolsita y el punto también, pero yo pensaba que los usaría en cuestión de minutos, que luego fueron horas, así que los dejè así, bien extendidos, listos para ser usados. Cuando por fin lo conseguí, habían pasado más de tres horas y un pájaro se había cagado en mis planes y en medio del bordado. No sé si sabeis que la caca de pájaro es extremadamente ácida, mancha y decolora. Para qué os voy a explicar más.
Me puse frenética a lavar aquel destrozo (era un pájaro grande, además) y en esto ya eran más de la una de la tarde, casi a punto de llegar la hora de poner la mesa.
Aún quedaba la opción de abreviar la sobremesa, echar rápidamente al invitado y aprovechar la tarde, la última tarde larga de esta temporada, vivida en esa silla que no por casualidad mira al paisaje, a la catedral de Oviedo a lo lejos y a los atardeceres más bonitos del año que son precisamente éstos, en los que el sol se pone tan bajo que provoca espectáculos magníficos iluminando de rojo las nubes.
Con las manos en el agua y el jabón me sobresaltó el timbre de la puerta exterior y entonces ocurrió lo que faltaba para que mis planes quedaran reducidos a la categoría de quimera literaria.
¿Recordais el principio de esta historia, cuando os contaba que en otoño nos preparamos para el invierno?, pues el timbre anunciaba eso, la llegada del camión de la leña, que va llegando la temporada del frío y hay que hacer acopios. Ahí estaba ese montón que solo de verlo ya da mucho calor sin falta de quemarlo y que acababa de echar por tierra las últimas esperanzas que me quedaban de arañarle unas horas a la tarde para aquellas labores tan bonitas.
Para esta tarea no hacen falta grandes avances tecnológicos, la carretilla de toda la vida, unos guantes y un lomo bien entrenado que doble y desdoble con relativa facilidad. Y paciencia, mucha paciencia, porque hay que colocar en un cierto orden, intentando evitar huecos, desplazamientos, inclinaciones peligrosas, etc. y, sin darte cuenta, este es el encaje que tocaba hoy, un tipo de encaje algo más basto pero igualmente entretenido. Casualmente, ningún pájaro ave ni pájaro humano vino a dejar su impronta en el montón de la leña. Por si acaso.
Ahí lo dejé a última hora de la tarde y me dije "mañana será otro día". Y mañana fue hoy, el feo domingo del cambio de la hora, que desde bien temprano ataqué poniéndome delante de la pila.
Como veis, no soy buena haciendo planes, o quizá es que los planes no se portan bien conmigo y por eso mi fin de semana terminó siendo algo muy distinto de aquello que yo había planificado, aunque no os diría ahora, después de terminado, que me haya gustado menos.
Y es que yo soy un poco rara y algunos trabajos me gustan casi tanto como bordar, entre ellos colocar la pila de la leña y por eso le hago fotos cuando la termino y me entra una alegría especial imaginar cómo arderá y el calorcito que dará durante todo el invierno.
La mañana terminó con la pila debidamente asentada y certificada por la fecha que me permitirá más adelante saber cuánto ha durado y una frase que siempre añado por poner un poco de humor en el montón.
Parece grande, sí, pero no dura tanto como podría esperarse. Al menos este año podremos calentarnos en invierno y eso aún es una suerte que intentaré disfrutar a tope por lo que pueda pasar. No vaya a ser que el año que viene la bajada de la pensión no me permita este lujo y me vea obligada a calentarme viendo gobernantes hablar sandeces en la televisión. Eso suponiendo que pueda enchufarla, cosa difícil si las eléctricas siguen cagándose en nosotros como el pájaro en mi tela.
Mirad si es importante para mí el montón de la leña, que le hice a propósito un lugar para guardarse a cobijo de la lluvia y es de las primeras cosas que las visitas ven cuando llegan a mi casa. Yo creo que es un buen recibimiento hacerles ver que, al menos, no pasarán frío.
Después de todo, aún encontré un rato para volver a mi primera intención, a la primera intención del viernes, claro.
Algunas ya están atando cabos de lo que puede significar esa tela rosa, ese hilo blanco, ese libro,.....¡Mira que sois curiosas!, todo a su tiempo, ahora ya hace mucho que se hizo de noche y no son horas de empezar otra historia.
Mañana será otro día y por el momento he decidido no hacer planes, no sea que se me tuerzan.
Feliz semana