EMPANADA
Hoy, merienda familiar por sorpresa y con pocas ganas de preparar grandes cosas, así que he recurrido a un clásico seguro de estas ocasiones, que gusta a casi todo el mundo y que además se hace rápidamente: la empanada.
En Asturias y también en Galicia, las empanadas se hacen en todas las ocasiones y admiten tantas variables como cocineros/as hay. La variedad de masas y de rellenos es enorme, yo creo que casi en cada familia hay una versión, que se va transmitiendo de generación en generación.
En mi caso, no heredé esta receta de mis antepasadas, sino que la masa la aprendí de una vieja amiga, Julia, excelente cocinera que la usaba sobre todo para otra preparación también 100% asturiana, "les casadielles", que son fritas.
Os aseguro que esta masa es impresionante, de una textura suave, ligeramente crujiente, finísima de sabor y que además conserva estas cualidades mucho tiempo. Además permite la congelación, tanto cruda como cocida y en concreto la empanada, una vez descongelada, está como recién hecha.
Si además os digo que es tan fácil que se puede improvisar en cualquier momento, no tengo dudas de que la probareis pronto.
Tomad nota:
Necesitamos vino blanco, aceite de girasol, harina, sal, levadura en polvo.
Mezclamos en un cuenco un vaso grande de vino, la misma medida de aceite y una cucharadita de sal, removiendo un poquito para que se disuelva la sal.
Añadiremos ahora unos 800 g. de harina y el sobre de levadura y mezclamos con la espátula hasta que se integra bien.
(Esa cantidad de harina es orientativa, habrá que ir añadiendo hasta que la masa se haga bola y no se pegue a las manos, aunque esté blandita)
En cuanto esté mezclada, sin necesidad de amasar, se tapa con un paño y se deja reposar al menos una hora.
Al cabo de una hora más o menos, podemos encontrar algo así; tranquilas, es normal, el aceite se separa en parte y sale a la superficie. Espolvoreamos generosamente con harina la mesa de trabajo y amasamos suavemente al tiempo que añadimos la harina necesaria para que se reabsorba el aceite y quede una masa blandita y esponjosa, pero nada pegajosa.
En ese punto ya se puede extender con el rodillo en capa fina, así que tomamos la mitad de la masa, estiramos bien y cubrimos con ella el fondo del molde (yo uso directamente la bandeja del horno con una lámina de silpat.
Lo normal es que se os rompa un poco al manipularla; en ese caso podeis poner "remiendos" y tapar los posibles rotos sin problemas.
Extenderemos a continuación el relleno elegido; hoy le he puesto lo que tenía por casa, bonito de lata en aceite de oliva y un pisto de cebolla, puerro, pimiento italiano, pimiento rojo y tomate natural.
En este capítulo, también las posibilidades son incontables porque van bien tanto rellenos más jugosos como secos, al gusto de cada cual. En mi casa, los rellenos más apreciados son: el de bonito con pisto (en temporada lo ponemos fresco), el de carne guisada con su salsa (morcillo o rabo de buey), el de picadillo de chorizo (Suelo usar el ibérico de Julián Martín) y el de bacalao con pasas y fritada de pimientos y cebolleta. De ahí en adelante, se puede poner casi de todo y sin miedo de que la salsa se vaya a desparramar, esta masa aguanta maravillosamente.
Estiramos muy fina el resto de la pasta y cubrimos la empanada, pellizcando los bordes para sellarlos. Hacemos algunas tiras de adorno con la pasta sobrante y pintamos toda la superficie con huevo batido.
Cocemos en horno previamente caliente a 180º hasta que esté dorada en toda la superficie. Mejor que enfríe antes de comerla, sabe mejor.
Si me descuido, apenas me quedó un trocito para hacerle la foto; no veáis el éxito que tuvo la empanada esta tarde.