EL VIAJE DE ANTÓN
Uno de los primeros artículos de este blog, allá por septiembre de 2010, estaba dedicado a él, mi perro Antón. El perro más guapo, bueno y cariñoso que podáis imaginar, compañero inseparable y paciente de mis últimos 15 años y de mis últimas 1.500 rabietas; fue capaz de convivir conmigo sin sufrir crisis de ansiedad, sin conflictos generacionales, sin reivindicaciones afectivas y sin reproches.
Sus grandes ojos marrones, dotados de una extraordinaria mirada franca y tierna siempre supieron transmitirme un amor sin fisuras y su confianza ciega en mi liderazgo me hizo sentir muy importante durante todo ese tiempo.
Destinado a envejecer antes que yo, aceptó sin complejos mis mimos y cuidados cuando el dolor y los achaques le hicieron perder su imponente fuerza, pero hasta en los momentos más difíciles vivió sus limitaciones con la mayor dignidad, sin quejarse y sin rendirse.
Ayer decidió que ya no podía quedarse por más tiempo y con solo mirarme supe lo que me estaba diciendo. Preparé todo y nos sentamos juntos a esperar el momento, compartimos una mandarina, le di sus pastillas y su última comida ligera; dormitó a mis pies mientras yo tejía una bufanda, le cepillé el largo pelo como a él le gustaba, para ayudarle a relajar sus articulaciones doloridas, le conté historias y le acaricié la cabeza, así horas y horas, hasta que estuvimos seguros de habernos despedido bien.
Hoy a las 5 de la tarde se fue, con la misma dignidad con que siempre vivió, pegado a mí, confiando en mí, tranquilo y envuelto en mi abrazo.
Esta es nuestra última foto juntos: mi perro Antón y yo. Aún no tengo muy claro quién era más persona de los dos.