EL ÁRBOL CAÍDO
Muchos pensamos, equivocadamente, que jubilarse es llegar a poseer el tiempo, el poco tiempo que ya queda y utilizarlo a nuestro antojo; yo, al menos, siempre pensé que sería así. Pero eso no es verdad, ni siquiera cuando, como es mi caso, estoy jubilada y de vacaciones a la vez, porque los hechos imprevistos, esos increíbles sucesos que hacen imposible planificar o programar la vida, se nos cruzan continuamente e imponen sus normas por encima de nuestras preferencias.
Pues bien, esto que debería ser un verano por las fechas y que se está convirtiendo (en Oviedo) en un otoño por la climatología, invita únicamente a encerrarse tras los cristales y dedicar el día entero a leer, hacer punto de cruz, escuchar música y dormitar, en cualquier orden y en cualquier proporción y solo interrumpido de vez en cuando para tomar un piscolabis.
Hasta aquí mis planes para hoy, domingo, julio, lluvioso, frío, es Oviedo qué se le va a hacer.
Desperté a las 7:00, costumbre supongo, demasiados años (45 exactamente) de despertador y todavía un poco de nerviosismo remanente de la vorágine de las despedidas. Desde la ventana del baño miro distraída al jardín, llueve mansa e implacablemente, como es costumbre en este clima y pese a la lluvia percibo más luz de la esperada a esa hora. No es que vaya a escampar, es que el arce, el gran arce, acaba de perder otro de sus enormes troncos que, vencido por el peso de tanta lluvia caída ayer sobre sus hojas, aparece tumbado en el suelo y ha arrastrado en su caída parte la valla del vecino, la pila de leña que estaba debajo, el carretillo que andaba cerca y unas cuantas hortensias nuevas que estaban preciosas hasta ayer. Nada para lo que pudo haber sido.
Y a lo que íbamos: adiós planes de día relajado y "dolce far niente". Motosierra, tijeras de podar, serrucho, carretillo, botas de agua, chubasquero y ¡hala! ¡A disfrutar de un día de leñadora total!
Primero, a tijera, quitar todas las ramitas menudas y las hojas, apilarlas, separarlas por grosores y disponer dónde tirarlas. Luego la motosierra, cortar ramas gruesas en trozos para guardar, recoger, apilar, reparar la valla, etc.
Ahora, a las 21:00 acabo de recoger la herramienta y sentarme un poco para desahogarme con este post.
Con todo, lo peor es que mi gran arce, mi árbol preferido del jardín por su porte, por su tamaño, por su colorido de otoño, cada vez es menos grande, cada vez es menos árbol y habrá que acabar sacrificándolo antes de que provoque males mayores porque, por desgracia, los troncos que le quedan están condenados a seguir la misma suerte.
Todo se debe a que este arce, que un día me regaló un viverista, había sido podado drásticamente de pequeño como consecuencia de una rotura y a partir de ahí se desarrolló desde la raíz con varios troncos, en forma de arbusto. Pero su brutal crecimiento ha hecho que esos múltiples troncos tengan una base en cuña demasiado débil para el tamaño que han alcanzado sus copas y en los últimos veranos, cuando está más cargado de hojas, un día de viento o de lluvia copiosa hace caer uno de ellos.
Hasta ahora me he resistido a cortarlo del todo, pero creo que pronto tendré que ceder por mucha pena que sienta. En estos últimos años casi ha bastado para abastecer la chimenea y por eso hemos rotulado el montón de la leña con la frase "leña del árbol caído".