COSAS VIEJAS
No hay nada que me guste más que encontrar muebles y objetos viejos, que tengan algún encanto y que se dejen reconvertir para darles una nueva oportunidad y casi todo en mi casa es producto de hallazgos por los brocantes o regalos de familiares o amigos que saben de mis aficiones.
El caso es que yo no sabía de esta afición mía hasta que me hice esta casa con todo el sacrificio del mundo y cuando la terminé estaba tan tiesa de dinero que no podía ni soñar con comprarme muebles y entonces empecé a usar la imaginación, las manos y todos los recursos que tuve a mi alcance para intentar dar un poquito de confort a los más de 300 metros disponibles. Algunas cosas las fabricaba yo, mirando revistas, copiando escaparates o inventando despropósitos y a falta de algo mejor, funcionaron e incluso duraron muchos años, porque ya sabeis que no hay nada más definitivo que lo provisional. De esa cosecha fueron mis armarios empotrados, cuyo interior fui haciendo con tableros y una sierra como Dios me dio a entender y que estuvieron sin puertas hasta hace apenas dos años (lo cual obligaba a tenerlos más ordenados que en la actualidad) y también un sofá que construí con tablas y muchas capas de espuma y de miraguano y que retapicé hace tres o cuatro años porque sigue dando el pego totalmente.
En algún momento de esos primeros tiempos, descubrí los mercadillos y las tiendas de trastos viejos (para los anticuarios aún no me llega el presupuesto), especialmente el mítico "Pepe el Gallego" de la calle Postigo de Oviedo, personaje que me hizo regatear miles de veces y en cuyo caótico establecimiento compré por cuatro duros muchos de los muebles que aún me acompañan después de haberme peleado a muerte con las carcomas y la mugre hasta darles una cara nueva y agradable. Poco a poco fui encontrando el encanto a esos objetos desahuciados y cargados de historias y ahora siento verdadera atracción por ellos.
Hace algún tiempo, gentileza de mis consuegros, recibí como un maravilloso regalo un montón de muebles, sábanas y otros enseres que habían pertenecido a su madre, propiamente la bisabuela de mi nieta Violeta. Ya os he hablado en alguna ocasión de las preciosas sábanas con las que hice gran parte de la ropa de cuna de Violeta, el tocador que he convertido en la cómoda de su habitación y algunas otras cosas que disfruto estratégicamente repartidas por la casa.
Pero aún quedaba una increíble máquina de coser que quedó aparcada en mi garaje porque el mueble donde está encastrada sufría un fuerte ataque de carcoma y era necesario curarlo antes de entrar en la casa. Pues bien, allí seguía la máquina aparcada hasta que hoy, por cosas del destino, tuvo que subir a mi cuarto de costura por la vía de urgencia.
Normalmente me repito mucho, así que estoy segura de que ya os habré dicho en alguna ocasión que, en mi opinión, la vida la rigen los hechos imprevistos, independientemente de cuánta capacidad de planificación y organización podamos tener.
Yo esperaba a los buenos y largos días de primavera para sacar este mueble al exterior y poder darle allí cómodamente los productos de tratamiento que en local cerrado huelen demasiado fuerte y son más incómodos de aplicar. Pero hace poco más de una semana, mi máquina de coser eléctrica se estropeó y tuve que llevarla al taller, con lo cual me quedé temporalmente sin mi principal herramienta de trabajo. Para colmo, hoy mismo el mecánico me informa que la reparación va a ser costosa y que quizá no compense económicamente para una máquina que ya tiene años y unos cuantos kilómetros de costura sobre su viejo motor.
En ese momento es cuando me planteo que quizá ya ha llegado el momento de comprar una máquina nueva y empiezo a mirar precios y a ponerme de mal humor. Darme cuenta de que no voy a poder comprarla hasta que no haga acopio de algo de dinero y entrarme una necesidad imperiosa de coser algo a máquina, fue todo uno. Vamos, que me entraron unas ganas locas de hacer unos muñecos de trapo para Violeta que, como todas sabéis, vive en Madrid y no voy a verla en algún tiempo. Pero así soy yo, no me preguntéis por qué.
Dicho todo esto, ya imagináis que me faltaron minutos para decidir subirme la joya del garaje y ponerla a funcionar, faltaría más. Pero antes la limpié, le inyecté el producto anticarcomas (para poder respirarlo en fresco mientras coso), le puse una correa de transmisión que le faltaba, le engrasé los engranajes, le cambié la aguja y la probé: cose muy bien, mejor dicho, cose perfecto.
Y aún quedaban sorpresas por vivir ya que, al sacar sus cajones interiores para limpiar, me encontré con un hatillo de trapitos que estuve tentada de tirar sin mirarlos porque se veían bastante mugrientos y unos cuantos objetos de lo más variopinto que me tomé unos minutos en analizar. Accesorios de la propia máquina aparte, ahí tenéis lo que he rescatado para mi sorpresa.
Un dechado de punto de cruz fechado en el año 1941, un tapetito tejido a punto de media con hilo finísimo, un cuadernillo de modelos de punto de cruz del año 1945 y una cajita de cartón con viejos botones de nácar de varios tipos, incluídos botones de perla que hace mucho tiempo no veía. Un verdadero tesoro que ahora tengo que lavar para devolverle parte de su belleza y disfrutarlo como merece.
A estas horas ya he conseguido hacer dos muñecos graciosísimos que os enseñaré otro día y tener un dolor de cabeza de tamaño natural por el olor del producto que le he inyectado a la madera, pero me lo he pasado en grande dándole al pedal, cosa que no hacía desde que era muy joven y que me resulta ahora más difícil de lo que recordaba, sobre todo porque me cuesta muchísimo independizar el movimiento de manos y pies, como si tuviera que tocar la batería.
La máquina me gustaría más si estuviera montada sobre la clásica pata de hierro y además ocuparía menos espacio, pero los regalos deben aceptarse como son y en cuanto el mueble esté debidamente tratado y encerado seguro que queda maravilloso.
Realmente la cabeza es preciosa, es una lástima que se inventaran muebles cerrados para recogerlas, porque lo bonito es dejarla a la vista, pero creo que, además de la relativa comodidad, estos muebles se inventaron para que las señoras ocultaran un accesorio que no se consideraba digno de estar a la vista. Ahora los tiempos han cambiado y yo estoy orgullosa de que se vea.