Antón es mi perro, una de las "personas" que mejor me conocen y, desde luego, que más me quieren.
Vino a casa, con tan sólo un mes de vida, hace ya 12 años. Ha vivido siempre conmigo, con nosotras, las niñas y yo, en esta casa y en este jardín. No ha conocido otro mundo ni otra familia. Ahora envejece muy rápido: la artrosis martiriza sus patas cansadas, el oído ya sólo percibe sonidos claros y voces muy conocidas (por suerte, así no le asustan los cohetes de fiesta que se oyen desde el jardín) y su grandes ojos marrones ven un poco peor que antes.
Pasa la mayor parte del tiempo tumbado y duerme mucho (igual, igual que yo, que me hago vieja también), pero no ha dejado de ser un paciente y cariñoso gigante que se ocupa de controlar la puerta de entrada aunque ya nadie espera de él que haga nada, sólo que sea feliz, a la manera en que lo son los perros, es decir, viviendo con dignidad: limpio, bien alimentado, querido y respetado. (El corte de pelo que yo le hago es un tanto desastroso, pero así no tiene tanto calor)
Siempre le gustó la compañía humana y ahora, aún más. Así que le damos nuestro cariño, que nunca será tanto como él nos ha dado a nosotros.