El primer día que vi en internet una imagen de este gráfico de Blackbird Designs me encantó el texto que recrea, porque refleja a la perfección lo que me pasa a mí con el jardín: "I value my garden more for being full of blackbirds than of cherries, and very frankly give them fruit for their songs" que, traducido libremente por mí, que no sé nada de inglés, sería "Valoro más mi jardín por estar lleno de mirlos que de cerezas y sinceramente les cambio mis frutas por sus canciones".
El texto describe exactamente lo que sucede habitualmente, sobre todo con las cerezas, que nunca llego a probar maduras, porque todos los pájaros me llevan ventaja y, para cuando yo quiero cogerlas, ellos las han visto antes. Pero tampoco les hacen ascos a las jugosas peras, los higos, las fresitas silvestres, eso además de la buena provisión de granos que diariamente les coloco en diversos rincones que ellos conocen muy bien
Bien es verdad que estar aquí sentada cosiendo o leyendo, rodeada de todos esos trinos, bien vale el precio de unas pocas frutas y cualquier otro. Por eso, este gráfico está dedicado a mi jardín y más especialmente a todos los seres vivos que viven en él y me hacen sentir siempre bien acompañada.
Como me ocurre siempre, si un gráfico me gusta me lanzo a por él sin dudarlo un instante aunque luego la realidad me contradiga y muchos se van quedando atrás por falta de tiempo y porque otros asuntos se van cruzando por el medio.
Así que he perdido la memoria de cuándo empecé este bordado, pero seguramente más de cuatro años y además me había olvidado de él, hasta que hace unas semanas, buscando el precioso "Love" que había perdido, me encontré un neceser con este modelo y decidí hacer un hueco en mi atareada agenda para acabarlo porque, como la primera vez, seguía gustándome muchísimo.
En ese caos de labores empezadas que aparecen como de la nada continuamente, a veces sucede, como en este caso, que el gráfico y la tela estaban en su sitio pero los hilos no, con lo cual tuve que ponerlos de nuevo y algunos han cambiado tanto de tintada que ya no parecen el mismo color; menos mal que los hilos matizados soportan bien este tipo de contrariedades.
Lo he bordado sobre lino Belfast en color "Country Mocha vintage", cuyos tonos tostados a manchas empastan muy bien con el colorido intenso de los hilos. He elegido un enmarcado rústico y sencillo, con un marco de madera envejecida y sin ningún margen o passepartout, ya que va a estar colgado en el porche para que los pájaros y yo lo podamos disfrutar y así es como mejor se integra en este entorno.
Ya adelanté que este bordado y este artículo están dedicados a mi jardín porque es el lugar donde yo soy más feliz, donde me lleno de energía y de paz, donde vivo en realidad, mucho más que en la propia casa.
Cuando yo compré esta finca, en una zona totalmente rural y dedicada al ganado y la agricultura, el afán talador había llegado antes que yo y por no haber no había en ella ni zarzas, así que los trinos se oían muy lejos, porque los pájaros no paraban por aquí. En consecuencia, mi primera urgencia, incluso antes de hacer la casa, fue empezar a plantar, primero un seto como cierre, luego vinieron poco a poco los árboles, a medida que podía ir comprándolos.
Hace solo 23 años de esto y todavía faltan muchos más para que se vean maduros todos los árboles que he ido plantando, pero a medida que crecen es asombroso comprobar cómo se va enriqueciendo la colonia de animales de todas clases, especialmente aves, que se van instalando aquí; lógicamente, cada vez hay más sitios donde hacer nidos, más comida, más abrigo, más seguridad y eso atrae a muchos más a quedarse.
Es algo que se puede notar a simple vista, de año en año y que me llena de alegría aunque en verdad son una larga familia que alimentar, porque a los mirlos, tordos, malvises, se unen los cientos de gorriones, los petirrojos, las avariciosas urracas, los "picatueros" (pájaros carpinteros), el "glayu", las lavanderas, los jilgueros,los verderones, currucas y papamoscas y los acompañan las ardillas, los puercoespines, (que vienen cada noche a comer a la puerta de la cocina donde encuentran su cuenco de fruta y pienso), las salamandras (de las que tengo una auténtica reserva), los sapos, las lagartijas, sin olvidar los tres gatos que el azar me dejó en el porche hace ya dos años y que se han hecho los jefes del lugar, haciendo la vida imposible a las musarañas y ratones de campo que también abundan.
Una de mis lecturas favoritas, a la que vuelvo continuamente para emocionarme y para reflexionar y que recomiendo siempre a todo el mundo, incluídos niños y jóvenes, es una brevísima obra de Jean Giono, "El hombre que plantaba árboles", una deliciosa parábola que bien podría ser considerada como un ideario ecológico. Dado que su autor regaló sus derechos a la humanidad, se puede descargar gratuitamente en internet, pero sinceramente, existen ediciones tan preciosas y asequibles (es un librito muy pequeño), que merece la pena comprarlo y tenerlo siempre cerca para releerlo.
No me costó nada llenarme del espíritu del protagonista, Eleazard Bouffier y creer a pies juntillas en su mensaje: plantar árboles puede salvar el mundo, cambia el paisaje, el clima, la tierra, la hidrografía. Plantar árboles es un acto de amor.
Siempre tengo este mensaje en la mente y sobre todo cuando voy de paseo por los caminos de alrededor y veo ese hábito salvaje de talar sin sentido, solo por capricho, no alcanzo a entender esa brutalidad. Esa gran cantidad de casas aisladas y chalets que han ido llenando los campos de mi zona, rodeados de penosos jardines desiertos, con una hierba muy bien segada y ni un solo árbol que dé una mísera sombra. Espacios vacíos, absurdos, desangelados, poblados por enanitos de piedra, que me inspiran tristeza y me dan ganas de gritar. El colmo de la aberración es una residencia de ancianos que se encuentra muy cerquita, paso todos los días junto a ella y siempre pienso en hacer fotos y enviarlas a algún medio de comunicación; edificada en medio de una finca de buen tamaño, rodeada de prados y naturaleza, es la expresión de la máxima insensibilidad y solo viendo ese "no-jardín", nunca dejaría a alguien querido en un lugar así. Ni un solo árbol, ni un arbusto en todo el jardín y los pobres ancianos en sus sillas de ruedas, indefensos, colocados sobre el asfalto bajo una sombrilla de propaganda de refresco. No puedo imaginar nada más absurdo y cruel.
Y es que no solo los pájaros se han beneficiado de que la vegetación aumente y se vaya haciendo cada vez más frondosa, también las condiciones ambientales de mi jardín cambian enormemente, se atenúan los ruidos del exterior, se tamizan los vientos predominantes, mejoran las condiciones del suelo por efecto de las fuertes raíces y por el humus que se va produciendo debajo de los árboles y arbustos, la casa está mejor protegida de las inclemencias y por supuesto, el jardín adquiere el aspecto de paisaje natural y un poco salvaje que me gusta mucho. En definitiva, compruebo cada nueva primavera que la idea expresada por Jean Giono en su libro es totalmente cierta, es posible cambiar muchísimos factores ambientales solo plantando árboles.
Así que, en un lugar como Asturias, con un clima tan amable para la mayoría de las plantas, donde si se las respeta ellas solas se siembran y proliferan por todas partes, me parece tan imperdonable que haya tan poco amor por los árboles en general que creo habría que prescribir "El hombre que plantaba árboles" como lectura escolar obligatoria, a ver si los jóvenes son capaces de recuperar el sentido común que los mayores hemos perdido.
La sensación de intimidad que los grandes árboles proporcionan hace que cuando se está dentro del jardín parezca que el mundo exterior quede muy lejos, incluso las parcelas colindantes y a mí me gusta jugar a imaginar que estoy en algún lugar soñado.
En los últimos años he realizado nuevas plantaciones, a medida que los árboles anteriores crecen y el jardín evoluciona, dejando ver dónde puedo añadir más arbolado o dónde ya me he pasado. Los arbustos de todo tipo y los maravillosos rosales David Austin vienen a completar los distintos ambientes que se van creando y ponen las necesarias notas de color, sin olvidar las innumerables hierbas de todo tipo que un entorno tan húmedo y natural aparecen sin parar. A veces son tan bonitas que las dejo vivir, aunque el precio sea convertir cualquier conjunto en una selva impenetrable y ahora, en primavera, el verdor se vuelve casi insultante
Ya no voy a esperar que las instituciones hagan gran cosa por mejorar estos aspectos y las normativas que los regulan, pero ojalá fuera posible que cada persona que adquiere un terreno y crea un jardín tuviera en cuenta todas estas reflexiones y aportara un poquito de verdor, por la mejora del ambiente y por su propio bienestar.
